miércoles, 30 de noviembre de 2011

SERÁ HOY

Se hacía difícil respirar. Aún no arribaba diciembre pero el mercurio escalaba por encima de los treinta grados desde ya unos diez días. Las tardes roseaban el cielo prometiendo el alivio que no llegaba.
Hoy parecía ser el día, impostergable. Los cuerpos se aproximaban como almas lánguidas, sin voluntad, anestesiados por tantas jornadas de calor húmedo, se desdibujaban.
Hoy parecía que se haría el milagro… la atmósfera pasó del rosa repetido a un naranja amarillento que resplandecía las portadas de las viviendas, con una luz inusual.
Los movimientos se limitaban a elevar la vista al cielo, buscando una señal, una respuesta a tanta quietud, quietud que antecede tempestades.
Un látigo de luz hirió el cielo y se hizo escuchar castigando el suelo. Todo se estremeció.
Algunas aves desprevenidas huyeron en brusco vuelo, arremetiéndose entre las copas frondosas, y el gato que las asechaba disimulado bajo el alero seguro se lamentó del banquete perdido.
Otra luz pareció cuartear el firmamento, se desmoronaron las nubes y empezó a llover.
Las primeras gotas se evaporaron antes de ganar al suelo, pero el limbo enfurecido descarga un aguacero descomunal.
El aroma de la tierra mojada devuelve la conciencia. Por un rato sólo se escucha la descarga  de los tejados en las veredas y después las risas de los chicos que salieron a jugar, chapoteando en los canales que se formaron junto al cordón.
De a poco fue menguando la lluvia, pero sus cuerpitos quedaron empapados de alegría. La tierra henchida reverdece y respira.

UNA PUERTA SE ABRE

Una puerta se abre,
otra se cierra.
El tiempo deja su estela
se esfuma lenta,
se lleva rostros, recuerdos
junto con fechas
que vuelven año tras año,
después se alejan.
Los nombres se van mezclando
entre hojas viejas
que tienen aroma propio
de tinta seca,
fresca en otros tiempos
de puño y letra,
casi no adivinas quién lo escribiera.

Cierras la puerta pequeña
hay otra inmensa
te atreves, abres y miras,
otra etapa empieza,
otra vuelta de hoja,
otra agenda quieta,
otro adiós en tu vida,
una lágrima queda
en el recuerdo de aquellas
almas inquietas
 que cabalgaron tus días
de fruta fresca.
Una puerta se abre,
otra se cierra...
No corras, pero igual sigue,
deja la puerta entreabierta.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

EL HOMBRE DEL CARRO

Repicaban en el empedrado de adoquines, siempre a la misma hora. Ya al doblar la esquina sabíamos que era él, sin nombre, el hombre del carro.
Los rayos de sus ruedas avanzaban pausados y a su paso entrecortaba el resplandor del sol que se reflejaba en la vereda norte de la calle, la que en abril o mayo juntaba el sudor de la noche y dejaba  acopiarse el despojo de las frondas que retrajeron su sabia hasta la primavera.
Yo lo esperaba, inventándome cortometrajes que acontecían proyectados en la vereda, con los mismos vecinos como protagonistas, pero más reales que en cualquier película, mi imaginación cabalgaba la escenografía y el hombre del carro, el encargado de su ejecución.
Yo lo esperaba y me preguntaba qué historias escondería su semblante domado por días de sol y noches frías. Un perfil tallado por cientos de pliegues, guardaría mil anécdotas en cada repuje de su rostro.
Jamás arriesgué a calcularle edad, la calle le habría sumado todos los años posibles.
Pasaba por mi casa después de las nueve y aunque nadie conocía su nombre, todos se percataban de su presencia. Pocas palabras en su boca, limitadas a agradecer y bendecir a quienes le procuraban algo para ayudarlo.
Y seguía su camino al son de las ruedas de su carro.
Un montón de veces me pregunté desde dónde vendría o a dónde se iba, cuál sería su parada o dónde abrigaría sus horas tardías, pero nunca me atreví a preguntarle.
Debe haber hendido los adoquines de estas calles por unos cinco años, tal vez antes era otro su recorrido, o su vida.
Un día, no recuerdo cuál, notamos su ausencia, no pasó más… pero nadie se extraño, indudablemente  pensaban que habría vuelto a cambiar su camino, pero yo no estaba tan segura.
Los últimos días, al acercarme con algunas galletitas, como siempre, note algo distinto en sus ojos, como nunca. Tenían un brillo especial, podría haber arriesgado de emoción, ¿quién sabe?
Tal vez alguien lo esperaba, tal vez presentía que le llegaba su hora, tal vez se libró del yugo de su carro para siempre, tal vez…
Cuando escucho pasar un carro, vuelvo mi cabeza por la calle, busco los ojos del hombre del carro para que me cuenten, pero pronto descubro que no son sus ojos, que las ruedas no crujen igual y que la lumbre del sol, reflejada en los adoquines, no se entrecorta con el girar de los rayos del carro como en una proyección de película antigua.

domingo, 13 de noviembre de 2011

EL REFUGIO DE MIS BRAZOS

Quiero abrazarte fuerte a mi pecho
y que allí quedes, olvidando tanto daño
tejer sueños con mi mano entre tu pelo
que en mi vientre te entretengas dibujando.

Quiero acariciar tu rostro dulcemente
que sientas el refugio de mis brazos.
Cerrar tus ojos, aquietarte, retenerte,
apartarte del mundo, arrullarte en cantos.

ATEMPORAL

¿Podemos retomar donde dejamos?
Me he puesto tu fragancia preferida
me vestí para el reencuentro, ya lo sabes,
me esperas como siempre, como esos días.

¿Recuerdas las magnolias y jazmines?
en mi cuello nuevamente has encontrado
fui dejándote lo por todo el cuerpo
mientras volvía a adormecerme entre tus brazos.

Te apoderaste de mi alma nuevamente
como a un títere manejas mis desvelos,
me modelas a tu antojo, ya me sabes,
que me dejo moldear, tallada a fuego.

jueves, 10 de noviembre de 2011

ALEGRÍA COMPARTIDA

Compartirte mi alegría
eso quería
y te traje sin querer de los más hondo.
Te di vida nuevamente,
qué osadía,
como darle sabia nueva a un retoño.
Es que hay cosas que son bellas 
compartidas
que no valen si las guardo
o las escondo.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

YA ERA MUY TARDE

De nubes espesó el cielo
y en plomo quedó la noche
el llanto del más pequeño
entrecortado, decía su nombre.

Lo repetía mil veces
entre sollozos pedía
por las manos de su madre,
de su madre la caricia.

Mil veces… y no llegaba
su labor la atardecía
hasta lacerar sus manos,
manos que el niño pedía.

Con lágrimas en sus ojos
el sueño ya lo vencía,
y una sonrisa asomaba,
soñaba que la veía.

EN LA CAMPIÑA

En los cristales, como espejuelos,
mares lilas,
espuelas de caballero
que el viento anima.

Ondula la hierva, el verde
y lo coronan
infantes apretados pétalos,
se desenroscan.

Y hacen un remolino
donde el sol juega
cerrando pasos de hormigas
le dan su sombra.

Pequeña y breve, apenas
lo suficiente
para que no llegue a tierra
el sol poniente.

Cierran su abanico, prestas
mirando a oriente
mientras la luna fabula
suspiros tenues.

Esperando el nuevo día
para danzar nuevamente.

ME BASTA

Me basta una sola palabra tuya,
un solo beso tuyo,
solo que pronuncies mi nombre
y que encuentre en tu mente una morada.
Que nuestro amor esté intacto
eso me basta.