jueves, 23 de junio de 2011

LEÑO NUEVO, LEÑO AÑEJO (Cuento)

Corrían ahora la misma suerte. Eran acarreados por manos robustas y ásperas, desconocían su destino, más lo imaginaban.
En breve terminó el viaje y fueron dejados en la penumbra de un sótano.
Un pequeño ventiluz era toda la comunicación con lo que conocían, con el mundo exterior.
De a poco fueron dibujándose siluetas entre el polvo y las telarañas. Se hubiesen contado casi un centenar de objetos allí olvidados, en desuso, dejados para luego nunca más ser reparados.
¿Acaso les sucedería lo mismo?
Acomodados al descuido, algunos leños cayeron, aunque no fueron muy lejos.
Un leño viejo y gordo mostraba sus años envueltos en la desabrida corteza, ya no sentía el peso de los otros leños sobre él, ya no había melodías para atesorar, ya no había tarea que cumplir, ya no sentía…
Cuando se entregaba ya al sueño perpetuo, algo lo perturbó. Un pequeño leño había caído a su lado y no lograba el equilibrio.
-Es hora de tener paz- le dijo el leño viejo
El leño joven logró estabilizar el balanceo y vociferó –Paz?!, hora de tener paz? Es que acaso no te das cuenta?, yo estaba en la flor de la vida y me quebraron, caí, fui golpeado y dejado. Hoy, alguien me recogió y ahora…  qué me queda por vivir?-
El leño joven parecía seco, pero el verdor que escondía su fina piel, prometía estallar de ira en cualquier momento.
-Hubiese sido peor si te quedabas allí, tirado en el suelo-  acertó el leño viejo.
-Al menos podría ver la luz del sol y quién sabe, algún día, echar raíces-.
El viejo leño apreció el corte letal del leño joven que lo despojaba de cualquier intento de vida. Los tintes del tanino se hicieron ver en una gota gruesa, espesa, rojizo transparente que salió apretada entre sus anillos. – Creo que las lluvias otoñales le hubiesen ganado a tu espera, desarmándote entre la hojarasca de tu misma esencia, desperdigándote, haciéndote parte de la tierra-.
El leño joven confundió la gota de sabia que exhalaba el leño viejo con una ostentación de su sabiduría, y en un último esfuerzo, él también mostró de qué estaba hecho y exudó su resina mentolada.
-Gracias- dijo el leño viejo –creí que ya no quedarían aromas para disfrutar, lo tomo como el último regalo de mis días-.
-De nada- balbuceo confundido el leño joven. Comenzaba a comprender… era muy poco lo que restaba por hacer e intentó a sosegarse.
El leño viejo, casi disimulando, empezó a contar historias de su longeva existencia. Comenzó por el primer nido de golondrinas que dieran a luz sus jóvenes ramas y como con el correr de los años esos mismos trinos se multiplicaron.
Siguió narrándole cuando unos chicos lo tomaron por refugio en medio del camino rural hacia la escuela, ellos también habían crecido y él fue testigo de juegos, risas, confesiones y alguna lágrima.
Contó que un día la niña, ya espigada, se acercó y amorosamente envolvió con sus brazos su circunferencia, después dejó grabadas en él un par de iniciales que enceró en un corazón y besándolo se marchó. No sintió dolor, no pudo, era puro amor lo que su niña emanaba.
Relató también la vez que se llenó de zumbidos, cuando anidó en él un enjambre de abejas, y cuando se pinto rosa, fucsia y lila plagado de claveles del aire florecidos…
En estas historias estaba cuando las mismas manos oscas los tomaron y los colocaron en el hogar, con un fuego pequeño. El leño joven comenzó a chisporrotear, pero prontamente el leño viejo lo abrazó con las cenizas de su reseca corteza, aún antes de que fueran brazas.

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