Nació al calor de su madre, en su jaula.
Sus primeros saltos, sus primeros silbidos allí
resonaron.
A poco de eso, se sintió dueña cuando a otra jaula la
pasaron. Feliz trinaba en las mañanas y
con el paso de las horas, el canto silenciaba.
Después hubo otras voces, otros rostros y otras manos la
cuidaban y el ave radiante siempre cantaba.
Pasó de una cárcel a otra, cada vez más bella, cada vez
más sola.
Cantó sinfonías preciosas, hasta notar su verdad.
Todo lo dio y nadie se animó a darle lo único que
necesitaba.
Un día gris, amaneció la tristeza en su celda. Las plumas
breves se soltaban con el viento, el pico cerrado y los ojitos abiertos…
Ahora es libre y canta en el cielo.
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