viernes, 3 de febrero de 2012

TRILOGÍA DE LOCURA - III EN CASA

El toc-toc en la puerta la irritaba. Cada voz del otro lado de la puerta era una irrupción, un volver a empezar.
No, no quería abrir la puerta, ni comer, ni hablar con nadie, sólo quería que la dejaran en paz.
Y volvió...
Esta vez recordó cuando su madre le contara cuando eligieron su nombre "Sara", Acosta de apellido paterno. Siempre primera en la lista, primera para las lecciones y para todo.
Pensó que si su apellido hubiera sido otro y en lugar de empezar con "A" hubiera principiado con l, m o z, muchas cosas hubieran sido distintas.
Pensó en otras posibilidades, si en lugar de ser la hija mayor de tres hermanas le hubiera tocado ser la del medio o la menor. De ser la del medio, acaso se hubiera casado con su cuñado, sonrió y rechazó la opción.
De ser la menor tal vez ni se hubiera casado, aplazando compromisos y disfrutando los beneficios de quedar en la casa paterna, sin apremios.
Era probable que hubiera incursionado en otros estudios, prefiriendo una carrera más humana en lugar Ciencias Económicas.
Y prosiguió en esa dirección, cotejando la posibilidad de conocer algún espíritu aventurero, impasible, como el suyo.
En un fogonazo de realidad, cayo en la cuenta, ya nadie la molestaba, parecía que en un gran acto de comprensión la desligaron de sus obligaciones.
Alguien se había tomado el trabajo de limpiar y reacomodar su cuartito, seguramente mientras dormía.
Hasta habían contratado a una muchacha agradable que, sin molestarla, le alcanzaba rutinariamente la bandeja con alimentos y el medicamento que le recetó el médico.
Se sintió descomprimida sin tener que correr tras las manecillas del reloj, sin colas exasperantes, sin lista de faenas, sin papeles pendientes...
Al fin podría tomarse un tiempo para ella.
Apreció el cuarto, que ahora le resultaba más espacioso, con más luz.
Debajo de la ventana una mesita con hojas en blanco y una lapicera que no sabía cómo llegaron allí. Se acodó contra la ventana y decidió escribir una nota a su familia que decía:
Querida familia, se que han estado preocupados por mi forma de actuar últimamente.
No se preocupen, no es nada en contra de ustedes, cosas mías que tengo que resolver.
Gracias por entenderme, por reacomodar el cuarto y por poner a alguien que se ocupa de los quehaceres y de mí.
Estoy mucho mejor, más tranquila. Estoy en casa, me siento feliz. 
                                                                                         Sara.
Cuando entro la muchacha agradable con su chaqueta celeste, le entregó la nota sin decir palabra.
La muchacha le retuvo la mano por un instante, como si intentara llevarla a otra parte...
Le devolvió el gesto con una sonrisa, antes de sumirse nuevamente más allá de los límites de la razón.

2 comentarios:

  1. ¿Crisis? ¿Recreos mentales? ¿la fantasìa de ser reemplazada pero no tanto?. Nadie es imprescindible. besos.

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    1. Bien dicho, nadie es imprescindible, pero tampoco nadie más que Dios es omnipotente u omnipresente, el estar siempre en todo, ser todo para todos, hacerse cargo de todos es una carga que de vez en cuando hay que aligerar, de lo contrario, las presiones nos pueden llevar a vivir con Sara...

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